Las zapatillas de Anacleta

Marín es donde vive la pequeña Adriana. El suyo es un pueblo con mar en el que todo el mundo baila al son de la música y las olas... y no es una forma de hablar, pues todos sus habitantes tienen un marcado ritmillo melódico que condiciona todos sus movimientos, el panadero mueve la cadera cuando amasa, la florista hace volteretas mientras riega las plantas y en el puerto los pescadores practican pasos de un vals muy conocido cuando descargan el pescado en la lonja...¿sabes que baila Adriana?... ¡Adriana baila claqué!

Iago adora el mar y las aventuras, el aire, la sal y el reflejo del cielo en el agua. Sus zapatillas hacen maravillas: nadan, bucean, salvan tortugas y bailan con todo tipo de peces... ¡Son el complemento perfecto para un pequeño lobo de mar!

"Mami, tengo ganas de bucear", dijo Julia cuando su madre untaba crema pastelera en un poderoso bizcocho de chocolate partido por la mitad.
La sentencia pilló por sorpresa a la madre, no recordaba que su hija hubiera tenido la más mínima apetencia naútica hasta aquel momento, quizá algún comentario en el colegio o la imagen en la televisión de un arrecife de coral habría traido dicho deseo en la pequeña.
Decidida a darle gusto la mamá quiso poner el mar en los pies de Julia y desde entonces cuando salen a pasear por el bosque a veces alguna ardilla se entretiene charlando con el hipocampo o con la estrella de mar sobre los ires y venires del mundo submarino.

Las muñecas de Nora cantan y ríen con Nora, también juegan, saltan y toman el té. Por las noches todas ellas duermen en una cama grande de madera donde Nora las arropa con una manta de canalé. Cuando Nora se despierta ellas suben por sus pies y y le cosquillean la barriga mientras su mamá hace el café.

El monstruo Baldomero estaba sentado en un banco de la plaza cuando vió pasar a la tropa sapística que corría calle abajo en busca de aventuras. Cuando estaba en pleno bostezo, Ramón el dragón se le acercó para invitarle a jugar con ellos y él, sin dudarlo, se lanzó a la carrera contento como nunca pues no todos los días los monstruos como él tienen la suerte de dejarse llevar por la imaginación de El Hombre Sapo.


*Podeis visitar la nueva colección de El Hombre Sapo en su página web y durante el próximo mes en Pedralbes Centre, local A46... ¡no os lo perdais!

Aqui donde le veis Renato el gato no es un felino cualquiera...él, además de corretear, saltar, maullar, rascar y ronronear, adora posarse alrededor de los cuellitos de niños y niñas para mantenerlos calentitos durante todo el invierno. Si en algún momento sentís frio lanzad un miau gigante al aire y Renato el gato vendrá con su peludo cuerpo a daros calor...MIAUUUUUU


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Pili el hada canta y baila de buena mañana. Con ella todo son flores, mariposas y sueños de mil colores. Déjate llevar por esta hada buena que sabe volar y los miedos, sustos y dolores de un soplido... ¡desaparecerán!


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Dimitri , el mono, es... ¡muy mono!. Con su familia pirata va de isla en isla buscando grandes tesoros y nuevos amigos que le acompañen en sus aventuras.
Si quieres viajar con él, basta que te pongas tus pantalones de pirata, un parche en el ojo y Dimitri te cantará al oido las mejores canciones que durante generaciones han surcado los siete mares...

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EL Hombre Sapo tiene un encanto peculiar y unos andares muy graciosos, pues va de saltito en saltito alegrando la vida de su millón de amigos con muñecos personalizados y ropa que llena de color la imaginación de los más pequeños.

He tenido la suerte de recibir una invitación para la salir de paseo con los amigos de El Hombre Sapo y el primero de ellos ha sido Ramón, el dragón. Su misión: calentar los corazones de los más pequeños haciendo que el invierno sea un poco más corto y mucho más divertido.

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Una buena mañana viene un lápiz a decirme en la oreja que los pinceles andan revolucionados allá en su casa de cristal. Le preguntó la razón de tal comportamiento y me cuchichea que andan aburridísimos, que ya están cansados de tanto descanso y que incluso a alguno se le está empezando a caer el pelo de pura sequedad, vamos, que andan ansiosos de pintura y baile.
Así que acudo a su llamada rauda y veloz, llegando justo a tiempo para evitar el baño de colores que mis peludos amigos ya habían dispuesto, a modo de peculiar piscina, en la caja de pinturas, y a los que tuve que agarrar de las crines en pleno salto acrobático...